sábado, 7 de febrero de 2015

La Mazmorra del Androide: Retiro Berserker


Retiro Berserker

Todo el mundo necesita un descanso de vez en cuando. Ese glorioso y agradecido período de tiempo en el que dejamos todo atrás. Las preocupaciones, los deberes y todo aquello que nos llega a asfixiar y derrotar. Es entonces cuando podemos al fin relajarnos y descansar nuestro cuerpo y mente. Sólo así logramos soportar esta agonía en la que se convierte en ocasiones la vida.
Todo el mundo necesita un descanso de vez en cuando. Hasta los héroes, los vigilantes enmascarados, los poderosos vengadores, los pérfidos villanos... incluso Lobezno llega a estar harto de sacar a relucir sus afiladas garras ante todas las amenazas que se le presentan. Hay momentos en los que está cansado de Magneto y su Hermandad de Mutantes Diabólicos. De todos aquellas personas que detestan y odian a los mutantes y también de las que los adoran. De todo el rollo de la Patrulla-X y Slim. De las guerras. De tantos años viviendo sólo para luchar. De enfrentarse a su pasado. De Arma-X. De detener maquiavélicos planes de dominación/destrucción mundial y amenazas venidas del interior o exterior de la Tierra, o a veces incluso de un pasado o futuro.
Cuando siente que está harto solo tiene que pensarlo. Introduce unas cuantas piezas de ropa en una bolsa de viaje y sale por la puerta de la mansión. El Profesor sabe que el lobezno ha abandonado su madriguera. Pero está tranquilo. Sabe que volverá. Siempre lo hace.
Logan ya sabe a donde acudir. A aquel reducto de paz que se construyó hace años en lo profundo de los bosques canadienses. En ese lugar alejado del ruido y de la gente, y en medio de la naturaleza, el mutante edificó una pequeña cabaña donde poder tomarse esos apreciados retiros.
Llevaba en la cabaña unos tres días. Aquella mañana había conducido hasta el pueblo para acudir a la tienda de comestibles a aprovisionarse para el fin de semana. No perdió la oportunidad de tomarse unos chupitos de whisky en el bar más cutre de la localidad, donde una joven y exhuberante camarera no dejaba de insinuársele mostrándole su sugerente escote mientras le rellenaba el vaso. "Hoy no", pensó Logan sonriente mientras notaba el licor recorriendo su garganta. "Pero mañana le preguntaré a qué hora sale y si quiere apuntarse a una fiestecita privada en mi humilde morada". No dejó de pensar en ello en el viaje de vuelta. Ni cuando llegó a su refugio y se dispuso a abrir la puerta.
Fue entonces cuando lo olió.
Un intruso. Alguien se había colado en su cabaña.
Dejó en el suelo la bolsa de la compra en la que descansaban las latas cerveza y los paquetes de pan de molde y embutido variado, y preparó el puño izquierdo a la vez que giraba el pomo con la mano derecha.
"Espero que estés preparado para el triple examen de próstata que te va realizar el doctor Logan", pensó mientras avanzaba lentamente pegando su espalda contra la pared. Desde la cocina le llegaba el sonido de alguien trasteando mientras tatareaba una irritante versión de la intro de las Tortugas Ninja. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Sin darle tiempo a respirar, el mutante irrumpió en el lugar agarrando del hombro al intruso y estampándolo contra la puerta de la nevera a la vez que sacaba sus garras y las dirigía a su gaznate. Este dejó caer al suelo sorprendido lo que tenía entre las manos.
—¡MI SÁNDWICH! —clamó en el tono perfecto para el más trágico de los dramas.
El traje rojo y negro con capucha, las empuñaduras de katanas asomando por sus hombros, esa horrible y socarrona voz... No había duda de que se trataba de...
—Masacre. ¿¡Qué @#% $ haces aquí!?
—¿Qué pasa? ¿Es que uno no puede pasar por la zona y hacerle una visita a su colega de Arma-X? —preguntó mientras se zafaba de Logan—. Por cierto, se ha terminado el pan de molde y la mortadela.
Lobezno bufó con fastidio. El Mercenario Bocazas sacaba de quicio a cualquiera. Y Logan no iba a ser una excepción. Además, que él estuviese ahí no auguraba nada bueno...
Masacre había salido al porche mientras el hombre de adamantium divagaba, volvió con la bolsa de la compra que dejó en la mesa de la cocina. Comenzó a sacar los comestibles, dispuesto a prepararse otro sandwich.
—¿Qué tal por la mansión? ¿Kitty sigue igual de adorable? ¿Y Henry, ya no regurgita tantas bolas de pelo azul? ¿Sabes si Xavier recibió la cera para calvas que le envié por su cumpleaños?
—Todos están perfectamente (sin tí), Wade —resumió Logan, encarándose a Masacre—. ¿Qué haces aquí?
—Se me hace raro no verte con ese traje tan chillón, ¿sabes? —comentó mientras masticaba un pedazo de sándwich.
—¡Wilson! —Las cuchillas pugnaban por salir de sus carnales refugios para hacer picadillo a aquel imbécil. Pero sabía que aquello no serviría de nada... "Dichoso factor curativo acelerado".
—Está bien, está bien... Estoy aquí por la final de curling.
Estaba a punto de echarse encima de Masacre cuando descubrió algo nuevo en la mesa. Era algo cilíndrico y alargado, envuelto en una tela marrón. Lo desenvolvió y se encontró con una extraña barra de acero con unos grabados de aspecto muy antiguo. La mayoría representaban fieros animales y los otros vagas figuras humanas en pose marcial.
—¡Ni se te ocurra tocarlo! —Masacre apartó la mano de Lobezno justo cuando estaba a punto de rozar el objeto con la punta de sus dedos.
—¿Por qué?
—Tú hazme caso, Logan —volvió a enrollarlo en la tela con cuidado de no entrar en contacto con él.
—¿Tiene que ver con tu trabajo de mercenario?
—Más bien de cazatesoros.
El mutante levantó una ceja, intrigado, y abrió una lata de Labatt.
—¿Me das una? —preguntó Wade nada más terminarse el sándwich.
—Sólo si me cuentas lo que es eso —acordó, sagaz. El mercenario no se lo pensó dos veces y aceptó la oferta. Tras dar un largo trago a la cerveza se dispuso a hablar.
—Esto, amigo mío, es una vara berserker —reveló con toda la teatralidad posible.
—Suena a vikingo.
—Casi, casi... ¿sabes qué es Asgard?
—Pues claro, si conozco a uno que es de ahí que dice ser el dios del trueno.
—Oh, ¡vamos! ¿Quién no conoce a Thor? —ignorando la mirada asesina que le lanzó Lobezno, Wade prosiguió su explicación—. "Entre el ejército asgardiano destacaba un grupo de guerreros cuyo sola mención hacía temblar a los enemigos: los berserkers. En el combate eran como animales rabiosos. Nadie podía detenerlos hasta que el último de sus rivales caía vencido. Uno solo de ellos podía defender Asgard de una horda rival. ¿Y cómo podían realizar tales proezas? Para ello se valían de unas armas mágicas que el mismo Odín mandó forjar, de igual modo que hizo con el Mjölnir de su primogénito, una serie de objetos mágicos de inmenso poder ofensivo: las varas berserker. Al empuñarlas, las varas se alimentaban del odio y la ira que los guerreros guardan en su interior, convirtiéndolo en la fuente de su poder. Proporcionándoles la fuerza de un titán y muchos más increíbles poderes, a la vez que los sumía en un estado de furia incontrolada. Pero uno de esos guerreros, tras dar por finalizada una batalla con los gigantes de hielo de Jötunheim y salir del frenesí de la lucha, contempló horrorizado todo el daño y las muertes que había causado y, sintiéndose tremendamente culpable, decidió exiliarse a Midgard (nuestro mundo) donde se dice que terminó sus días custodiando el arma de los dioses".
—Bonita historia, ¿quién te la ha contado?
—El cliente que quiere tenerla en sus manos.
—Con que vas a entregar un arma asgardiana, ¿eh?
—No, no, no. No es lo que piensas, Logan. Mi cliente sólo la quiere para su colección particular —se apresuró en aclarar Wade, que ya estaba temiendo que al mutante se le disparase su interruptor del deber.
—¿Qué @#% $ es ese ruido?
—Oh, oh... —murmuró funestamente el mercenario, quien ya suponía a que se debía aquel alboroto que se oía fuera.
Lobezno se acercó a la ventana para descubrir que, a escasos metros de su cabaña, había aterrizado un quinjet. El símbolo que lucía en el morro del vehículo y los uniformes de los pasajeros que desembarcaron de su interior identificaron a los nuevos intrusos como agentes de HYDRA.
—¿No te parece ridículo la H que forman las bandoleras de sus trajes? —comentó Masacre situándose junto a Lobezno.
—¿Qué @#% $ hace aquí HYDRA? —exigió saber el canadiense a su conocido bocazas.
—Olvidé mencionar que me encontré con ellos al descubrir el lugar donde estaba la vara (que también estaban buscando) y que estaban persiguiéndome (es que me la tienen jurada)...
—¡Masacre, sabemos que estás ahí! Sal inmediatamente y entréganos la vara o me veré obligado a tomar medidas drásticas contigo y cualquiera que te esté protegiendo. Tienes tres segundos —amenazó, amplificando su potente voz gracias a un megáfono, el siniestro capitán Aigner—. Uno...
Lobezno lanzó una mirada alarmante a Masacre.
—Tranqui, ¿qué van a hacer? ¿Son solo unos estúpidos agentes de HYDRA?
—Dos...
Un nuevo agente de la temida organización terrorista descendió del quinjet, portando una aparatosa minigun.
—¿Para qué abriré la boca?
—Eso mismo me pregunto yo —pinchó Lobezno.
—Y tres... —como Aigner. Al ser el único del grupo que no llevaba la capucha reglamentaria, pudieron contemplar la amplia sonrisa que esbozó al dar la señal al bruto de la ametralladora multicañón.
Los mutantes canadienses besaron el suelo a tiempo de librarse de la lluvía de balas que la minigun escupió violentamente. Los proyectiles atravesaban las tablas de madera sin ninguna dificultad, llenando el lugar de astillas y destrozándolo todo; el arma aún tardó un buen rato en descargarse.
—Conociéndote, Masacre, seguro que ni te has inmutado. Tendré que buscar soluciones más "explosivas". Ya verás cómo saldrás con esto.
—Uy, ¡qué mal me suena eso! —El mercenario bocazas no perdió el tiempo y fue directo a recoger la vara—. ¡Levántate, Logan!
El mutante no necesitaba que aquel indeseable le dijese eso. De una patada arrancó lo que quedaba de la destrozada puerta. El quinjet de HYDRA había disparado uno de sus misiles, que pasó entre los dos canadienses que ya estaban fuera de la cabaña, y se adentró en su interior.
Primero fue la onda expansiva, que actuó como un empujón de Juggernaut, después vino la explosión, y pudieron sentir en sus espaldas las llamaradas y la metralla disparadas a gran velocidad.
Lobezno y Masacre cayeron a varios metros, y al momento estuvieron rodeados por los agentes de HYDRA, que dirigieron los cañones de sus armas a aquellos humeantes cuerpos.
La vara escapó de las manos de Wade durante la explosión. Aigner se hizo con ella nada más caer al suelo.
—Tengo curiosidad, ¿quién es el otro? —quiso saber Aigner.
Los agentes se fijaron en que la piel chamuscada del ayudante del mercenario bocazas, que estaba regenerándose. Y si Masacre estaba a unos metros, sólo podía ser otra persona. Pero éste no les dio la oportunidad de decir su nombre. Dejó que sus cuchillas hablasen por él. En un santiamén, todos los agentes que rodeaban a Lobezno cayeron mostrando unos feos y sangrantes cortes.
—No os olvidéis de mí chicos —advirtió Masacre al ver que los agentes que estaban apuntándole habían decidido encarar al mutante de las garras de adamantium. Pagaron caro la ofensa; sus cabezas rodaron en cuanto el mercenario desenvainó sus espadas orientales.
Sin embargo, Aigner no parecía para nada preocupado de haber perdido a la mayoría de sus hombres en menos de un minuto.
—Bueno, si tengo que enfrentarme a unos monstruos, será mejor que lo haga como uno de ellos —mientras decía esto, se deshizo del trapo que envolvía la vara berserker.
—Señor, no lo haga. El barón se lo advirtió —dijo el bruto de la gatling. Pero ni las advertencias de su aliado ni las de Masacre lograron disuadirlo. Decidido, Aigner se ayudó de sus dientes para arrancarse un guante. Agarró con su mano desnuda el arma asgardiana y los grabados de la vara comenzaron a brillar. El capitán profirió un grito que fue volviéndose cada vez más y más bestial. Sus músculos comenzaron a hincharse de forma exponencial, y su traje no tardó en empezar a rasgarse. De repente, el nazi medía tres metros y clavaba su mirada furiosa en los dos mutantes.
—Vaya, los berserkers sí que dan miedo —comentó Masacre al terminar la transformación.
Como si alguien hubiese apretado el interruptor de encendido, el neo—berserker cargó contra los canadienses, que lograron apartarse a tiempo de la brutal embestida.
Lobezno no podía creerse como aquel día, que iba a dedicar a relajarse, se había convertido en una desesperada lucha contra un terrorista dotado de una fuerza de otro mundo (por cosas como esa, el mutante necesitaba sus retiros).
Masacre desenfundó su pistola y cosió a tiros al berserker a grito de "Yipi Ka Yei". Por su parte, Lobezno realizó una sangrante X en aquella enorme espalda. Pero Aigner ni pestañeó. Las balas rebotaron en su piel y los cortes se cerraron al instante.
—Estúpida magia —mascullaron los dos canadienses antes de que dos gigantescos puños se estampasen en sus rostros. Trataron de contraatacar, pero las heridas de su enemigo curaban nada más producirlas, y los golpes que dirigía contra sus cuerpos cada vez eran más contundentes.
—Sí, siento el poder. Con esta fuerza lograré llegar a la cima. Da igual que al cortar una cabeza, dos las sustituyan. Podré aplastarlas sin ningún esfuerzo. —Aigner fantaseaba mientras regalaba a sus enemigos unos cuantos devastadores golpes más que quebraron unos cuantos huesos y reventaron un par de órganos internos—. Aplastaré todos los obstáculos que se pongan en mi camino. Empezando por ti, Masacre.
Éste intentó decir algo ingenioso, pero sus palabras quedaron ahogadas en sangre; su capucha se tornó más roja de lo habitual.
Guiado por una extraña intuición, Aigner alzó la vara. Y al instante, una nube en el cielo se tornó oscura y no tardó en descargar un rayo que cayó en el arma y que redirigió al mercenario bocazas, quien sintió la brutal descarga achicharrándolo por dentro y por fuera; su factor regenerativo tenía mucho trabajo por delante.
—Esto sería genial si no estuviese recibiendo también —se quejó Lobezno. Logró ponerse en pie, pero sus heridas aún no estaban curadas del todo. Y Aigner le miraba  y sonreía con inusitada malicia.
—Ahora te toca a ti, Lobezno. Tranquilo, sé lo de tu esqueleto de adamantium, pero puedo pasarme todo el tiempo que necesite aplastándote para lograr quebrarlo.
Volvió a sacar las garras y mostró su expresión más feroz; si creía que le iba a dejar intentarlo tan fácilmente, es que no lo conocía tan bien.
El neo berserker no pudo dar más de dos pasos. Algo llegó volando a gran velocidad y se estampó contra su pecho llevándoselo consigo y haciéndole sobrevolar varios metros hasta perderse entre los escombros que hasta hace unos minutos eran la cabaña del mutante.
Lobezno contempló como descendía del cielo aquella majestuosa figura embutida en aquella característica armadura. Los largos mechones dorados de aquella tupida cabellera  descendían con gracia desde el yelmo alado. En cuanto pisó tierra, alzó el brazo derecho y aquel martillo volvió a manos de su dueño.
Thor, el dios del trueno.
—Vaya, esto era lo que me faltaba por ver hoy —murmuró Logan.
La divinidad nórdica fijó su vista en las garras de adamantium y reconoció al miembro de la Patrulla-X.
—Saludos, compañero. Aunque me temo que no es la mejor ocasión para reencuentros.
—Y no te equivocas, rubito. Ese tío nos ha dado una buena paliza gracias a ese arma asgardiana. —Thor pisó algo blando que se quejó entre palabrotas. Bajó la vista y se encontró con el cuerpo chamuscado de Masacre, pero se alegró de comprobar que se ponía en pie (y de que no se trataba de un muerto en vida del reino de Hela).
Nada más regenerarse sus ojos y asegurarse de que realmente Thor había hecho acto de presencia, Masacre maldijo toda la descendencia que aquel melenudo pudiese llegar a tener.
—Ya no tenéis de que preocuparos, yo me encargo de esto —afirmó el vengador justo cuando Aigner se incorporaba con la frente marcada por las furiosas venas y los ojos inyectados en sangre.
—¿¡Cómo te atreves, maldito!? ¡Acabaré contigo! —amenazó volviendo a alzar la vara para repetir el electrizante ataque que puso en guardia a Masacre.
El nubarrón volvió a escupir un rayo que el berserker redirigió hacía el inmóvil cuerpo del vengador, que recibió de lleno el envite. Pero para sorpresa de Aigner, el rayo no pareció surtir ningún efecto. Lo único que consiguió, fue que su enemigo sufriese un ataque de risa.
—Estúpido mortal. ¿Sabes acaso quién soy? ¡Yo soy Thor, hijo de Odín, heredero al trono de Asgard y Dios del trueno! ¿Y pretendías dañarme con mi elemento? —Su semblante se tornó serio—. Yo te mostraré lo que es un rayo de verdad...
Se hizo la oscuridad gracias a los nubarrones que poblaban el cielo. Un furioso vendaval se apoderó del lugar y todos alzaron la vista... sobre todo Aigner, quien a pesar de seguir influenciado por la bravuconería que le influía la vara, sabía que aquello sobrepasaba todos sus límites.
Trató de disculparse, pero fue en vano. Thor iba a demostrarle su verdadero poder. Con un poderoso grito, el dios alzó el martillo y lo dejó caer con fuerza, lo que arrancó del mar de nubarrones un gigantesco rayo que cegó a los dos mutantes canadienses. Y al que acompañó un trueno que les reventó los tímpanos.
Cuando pudieron volver a abrir los ojos, los mutantes descubrieron un gigantesco y humeante cráter. Al acercarse junto al vengador, encontraron la dichosa vara... junto a una pila de chamuscados huesos.
—Lo preferiría poco hecho, ¿sabes? —comentó Masacre a Thor, pero este parecía no haberlo escuchado y bajó al hoyo. Se quitó la capa y enrolló el artefacto—. Espera... ¿a dónde te llevas eso?
—Me lo llevo de vuelta a Asgard. Lo pondré a buen recaudo junto a las otras varas en un lugar donde nadie podrá volver a hacer mal uso de ellas.
—Pero...
—Masacre, ¿estás seguro de que quieres replicarle al rubiales? —susurró Lobezno a los oídos del mercenario a la vez que señalaba los ennegrecidos y aún humeantes, restos de Aigner.
—Siento dejaros tan pronto, camaradas. Pero tengo otros asuntos que requieren mi atención. —Thor indicó a los mutantes que le dejasen espacio y hizo girar su martillo. Pero antes de salir volando, se despidió—. ¡Hasta pronto, amigos!
Cuando el dios nórdico se perdió en el firmamento, Masacre dejó de morderse la lengua y habló sin tapujos.
—¡Perfecto! Tras días de búsqueda, logro hacerme con la dichosa vara, tropiezo con un pelotón de HYDRA. El primo alemán de Hulk me da una paliza de triple muerte y para rematar, el mismísimo Thor me quita el pan de la boca... ¡Juro que es la última vez que acepto un encargo del Doctor Extraño! —Cuando creyó estar más calmado, se giró para hablar con Lobezno, pero ya no estaba allí. No tardó en descubrir que acababa de montar en su camioneta. Se acercó y se situó rápidamente junto a la puerta del conductor—. Lobi, ¿a dónde vas?
—¿Tú a dónde crees? Has destrozado mi refugio, así que me vuelvo a la mansión. Prefiero lamerle el culo a Slim durante una semana entera antes de permanecer un segundo más a tu lado.
—Entiendo... pero, verás. Tengo un problemilla. Tengo averiado mi teleportador, y el pueblo más cercano está a tomar por @#% $. ¿No podrías acercarme?
Como respuesta, Lobezno arrancó y pisó el acelerador a fondo, llenando de tierra y polvo el destrozado traje del mercenario, quien se quedó con la palabra en la boca.


Escrito por Rubén Giráldez


4 comentarios:

  1. Planteaste bien la personalidad de los personajes. Y es cierto, Wolverine siempre vuelve.
    Con lo irritante que resulta el mercenario parlachín, me gusta que haya pasado por todas esas peripecias para que Thor se lleve el arma asgardiana. Y que se quede a pie.
    Y que mal le fue al villano, se la buscó.
    Una lograda fanfiction.

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    1. Me alegra que te haya gustado. Pues sí, me leí unos cuantos cómics de apoyo para clavar las personalidades.

      Sí, Logan siempre volverá a la mansión.

      Jajaja. Sí, me dio pena hacer que el mismísimo Thor le quitase el pan de la boca a Deadpool, pero todos sabemos que él siempre encontrará la manera de salir muy bien del paso.

      Jajajaja. Pues sí, la verdad es que me pasé con el villano. Y eso que era su primera aparición nwnU

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    2. Coincido. La verdad es que el relato es muy bueno en todo lo que comentas.

      Cachondísimo el final con Masacre quedándose tirado sin nada a causa de Thor XD

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    3. En pocas palabras, un nuevo acierto de nuestro Stan Lee particular, Rubén Giráldez.

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